Estos días las noticias se suceden con muestras de aliento para Esteban Bullrich, ex senador por la Provincia de Buenos Aires de Cambiemos, que dejó sin aliento a Argentina al renunciar a su cargo en el Senado la semana pasada. Todavía con la emoción a flor de piel, por una limitación flagrante a causa de la progresión de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), lo llevó a tomar una decisión sobre su futuro que no estaba en sus planes hasta hacia unos meses. Fue desgarrador ver su sentir, junto con su discurso que puso de pie a todo un país.
En la Argentina hay entre 3000 y 4000 personas que tienen ELA, todos estas también son Esteban. La enfermedad de neuromotora como se conoce a la ELA es intransigente, intolerante con el que lo sufre, y ametralla el cuerpo sin dilación.
Pero más allá de una descripción de la enfermedad quiero detenerme en las muestras de cariño y “ánimo” que le fueron dando en Esteban Bullrich.
Hagamos una reflexión. Desde hace años fluye por las redes sociales y la mentalidad de muchos el positivismo, de alejarse de quien sufre porque parece que puede contagiar. Este término mal entendido por la mayoría y pésimamente aplicado, generó un abandono de las personas que sufren distintas enfermedades degenerativas que los coloca ante procesos de duelo constantes y los obliga a convivir con una adaptación inmediata, determinando nuevas formas de estar en el mundo que nada tienen que ver son sus proyectos vitales. La enfermedad atenta contra lo más profundo del ser humano y con eso hay que aprender a convivir. Sin embargo para ello se necesita tiempo, y estar acompañados a lo largo de este periplo. No obstante sólo se escucha la mal lograda palabra “animo” que lo que genera en quien padece es rechazo.
Lo que queda latente es la soledad del dependiente, las ausencias, el incremento de la distancia que toman muchos ante el aumento de las limitaciones, cuando el ritmo no es el de antes. Esta es una realidad a la que nos enfrentamos todos los que tenemos alguna dependencia por el advenimiento y la progresión de la enfermedad que padecemos. Y si, tenemos ánimo, como lo tiene Esteban y tantos otros, pero nos sentimos solos porque el teléfono ya no suena, las visitas se cuentan con los dedos de una mano, y las horas en soledad se incrementan estrepitosamente. Eso es lo que pasa.
Es entonces cuando sería mejor decir “estamos con vos, te acompañamos” y que no sean palabras vacías.
Estar, eso también es inclusión, una palabra que está de moda, así como está mal usada y evocada. Sin acción y ejemplo es una palabra vacía.
Acompañar, estar, escuchar, dar lugar, es algo que se aprende si se quiere, es más es una reacción que sale del corazón.
Por eso, no digan más ánimo. Acompañen, denle lugar, extiendan su mano, interactúen, y si pueden empaticen. Y no le den animo, una palabra vacía, para quien afronta día a día como puede las limitaciones y cómo puede sigue adelante. No necesita ánimo, necesita sentirse acompañado.
Y para terminar una última acotación; eso de “no voy porque me duele como esta, o verte de esta manera”, ¡no va!. Eso es egoísta y cruel. Porque quien lo padece no elige, le tocó y aprende con esfuerzo y dedicación a seguir adelante a pesar de todo, con sus momentos mejores y peores. La inclusión mucho es más que una palabra, es una actitud.
Esteban un fuerte abrazo, y acá estoy para compartir ratos, y hacer que la soledad no sea una constante, sino una excepción.